Imaginaros un huevo crudo, una naranja, un cuchillo, y un plato. Imaginaros que cojo el huevo e intento pelarlo con el cuchillo. No podría, ¿no?
Ahora imaginaros que, a pesar de no poder, sigo insistiendo, esta vez clavando la punta del cuchillo. ¿Qué pasaría? La cáscara se rompería y el contenido se derramaría. Imaginaros ahora que cojo la naranja e intento cascarla con el borde del plato. Tampoco podría, ¿no?.
Y volver a imaginaros que sigo intentándolo, golpeándola y apretándola más fuerte. ¿Qué pasaría esta vez? La piel se rompería, si, pero la naranja también.
¿Cómo tendría que haberlo hecho? Cascar el huevo con el plato y pelar la naranja con el cuchillo. Parece obvio, pero…
Y todos tenemos un “cuchillo”, un “plato” que nos permiten conocer interiormente a las personas. Esta protección no es indestructible, pero muchas veces queremos romper esta capa de la manera equivocada, y por mucho que lo intentemos, no solo no lo lograremos, sino que lo podemos llegar a romper.
No le echemos la culpa ni al huevo ni a la naranja. No insistamos haciendo algo que no funciona. No pretendamos que cambien su naturaleza. Cambiemos nosotros. Busquemos la manera correcta de conseguir que esa persona se abra a nosotros.
Utilicemos el plato para cascar el huevo y el cuchillo para pelar la naranja…